martes, 6 de noviembre de 2007

Palabras y gestos de bus



Una preciosa muchacha de piel canela que dejaba ver su ombligo debajo de la blusa que apretaba sus senos dijo Bajan en la esquina. La mirada del cobrador no fue ajena a los encantos de la joven y las ganas de elogiarla eran evidentes, se notaba en sus ojos, aquellos que la devoraban en un suspiro, suspiro que reconciliaba su espíritu con la cruel realidad de no poder, en su distante destino, seducir a esta tierna mujer. Él tiene el rostro sudado, algunas gotas sobre sus mejillas han arrastrado el carbono del humo, formando surcos sucios, desde los ojos hasta la comisura de los labios. Sus oídos están llenos de suciedad, suciedad guardada a propósito a fin de protegerse del excesivo ruido de los otros buses que quieren quitarle pasajeros, que quieren quitarle esa “china” que es tan útil al final del día al contabilizar las ganancias. Suspendiendo su humanidad con una sola mano de una barra de aluminio sucio, el muchacho alza la voz. Qué diablos, aunque sea sólo una china eso sirve, piensa para sí mismo mientras dirige una última mirada hacia las caderas de la muchacha preciosa que se va sin ninguna intención de ser sensual. Entonces alguien le dice al muchacho que quiere bajar. Él no accede dado que aquella esquina es paradero prohibido, y él, si fuera por él diría, Baja nomás tío, qué diablos, estamos en Lima, pero hay un “tombito” adelante que nos puede poner papeleta y mejor te dejo media cuadra más allá. Estos cincuenta metros que debe caminar el mister lo enervan pues tiene la panza extremadamente prominente y caminar le da flojera, además lleva terno y un hombre con terno no debería caminar tanto piensa para él. Carajo! Retumba en el bus, Ustedes paran donde se les da la gana, todos ustedes son unas mierdas. Un silencio en medio de los gritos del mister se quiebra con el asentimiento general del público de paso de este bus. Sí, claro, estos tipos son así. El hombre enternado despega el pie del último escalón deshaciéndose el hígado en improperios que alcanzan a la madre del muchacho. Una madre que está cocinando en casa esperando a su hijo para servirle un plato de lentejas calientes (es lunes) con un huevo frito montado y un cerrito de arroz, no el más barato, pues mamá ha comprado el que al hijo le gusta más, por algo él trabaja. Unas gotas del sudor de la mamá que está encerrada en la cocina, caen en la olla de comida y su hijo ha de consumirlas, pero eso no importa, él es su hijo y Mamá es lo máximo mi viejita, así que yo como igual… Viejo pelao de mierda… y entonces el joven lanza otro profundo suspiro con tanta fuerza que aspira humo y tose varias veces. La gente se ríe, Qué cojudo este huevón! La avenida Wilson llena aun más sus pulmones de carbono. Pero él sigue alzando la voz para llamar a más pasajeros. Es las dos de la tarde y aún no ha almorzado. El público se ha contagiado de la ira y los gritos furibundos del hombre enternado. Una señora dice con un tono muy desagradable que quiere bajar y que no la deje donde él quiere sino en el paradero. Cuatro buses están pegados a la derecha y no dejan paso. El chofer decide avanzar para dejar a la mujer junto a la vereda y ella insulta al chofer por dejarla tan, tan, tan lejos: veinte metros. Público exigente se dice el joven. Hasta el momento todos los pasajeros han llegado bien hasta donde bajaron. No hubo accidentes, la vida sigue siendo un regalo del cielo, nada que lamentar. El muchacho respira. Yo lo veo por última vez, le digo Bajan paradero, Aprovecha, pie derecho. Gracias flaco, respondo. Sus cejas hacen un gesto de sorpresa y el dice De nada. Pisa! Me da la espalda con un pie colgando fuera del bus y una mano extendida, pero puedo divisar un pequeño esbozo de sonrisa en su cara de dieciocho años. Siento que hice sonreír a una persona con una sola palabra. Al menos algo hice por su día me digo, quizás sea un consuelo también para él al final de la jornada o se lo cuente a mamá a la hora de comer las lentejas, quizás a las tres o cuatro de la tarde si tiene suerte.

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